El tiempo de espera para comprar boletas es un criterio de asignación de boletas escasas. ¿Existen mecanismos más eficientes?
A raíz de la
puesta en venta de las boletas para el partido Colombia Chile del próximo 11 de
octubre, se registraron en los medios de comunicación varias crónicas y quejas
(ver por ejemplo aquí y aquí)
sobre un
fenómeno que siempre ocurre cuando se presentan eventos de esta naturaleza: la
reventa de boletas. Obviamente, surgen opiniones que piden que alguien
(el Estado, ¿quién más?) intervenga. ¿Cómo es posible que se permita que alguien gane dinero comprando
una boleta en $200 mil pesos y después
decida revenderla en $1.000.000? ¿No deberían las autoridades impedir semejante
especulación? ¿No existen mecanismos más transparentes de asignación de la
boletería puesta en venta? Esto es un
caso digno de análisis económico: como asignar recursos escasos.
Partamos de
un hecho, a muchos colombianos nos encantaría asistir a dicho partido, con la ilusión
de ser testigos presenciales de la primera clasificación de Colombia a un
mundial de fútbol después de 16 años de ausencia. La gran pregunta es ¿cuál es
nuestra disposición a pagar por estar allá? Estamos dispuestos a pagar $50 mil
por una boleta de oriental o $240.000 mil por una de occidental, y a pagar además una suma adicional por el transporte hasta
Barranquilla, a lo cual habría que sumar los costos de estadía? Estoy seguro que muchos colombianos,
independientemente de su estrato, responderían afirmativamente esta pregunta,
así ello les represente un sacrificio económico importante. Es muy probable que
la demanda efectiva, a los precios existentes, pueda llegar a ser de quinientos mil
entradas (me aventuro a decir cualquier cifra, en este caso la exactitud es
irrelevante). El problema es que el Estadio tiene solamente una capacidad de
50.000 espectadores.
En cualquier mercado,
se nos enseña en los cursos introductorios de economía, el equilibrio se logra
a través del precio. Si existe una demanda mayor a la oferta, el precio sube.
Como consecuencia, la demanda cae, la oferta aumenta (existe un mayor estímulo
para producir más) y el precio resultante iguala la demanda y la oferta.
Entonces, ¿qué es lo que pasa en el mercado de boletas de fútbol?
En primer
lugar, no es posible aumentar la oferta. La capacidad del estadio Metropolitano
no la podemos aumentar en el corto plazo (y dudo mucho que también en el largo).
La oferta de boletas es, como se llama en economía,
absolutamente inelástica. El problema es
que la Dimayor ha fijado unos precios bastante inferiores al precio de
equilibrio.
Cuando esta
situación se presenta, el vendedor debe acudir a cualquier mecanismo de “racionamiento”.
No se le vende a cada persona todas las boletas que quiera adquirir, y además
es necesario seleccionar con algún criterio a quién se le vende y a quién no. La
primera medida es fácil de implementar: solo se vende un número de boletas por
persona que haga la fila. Pero tratar de saber si uno de los compradores está
relacionado con otro (son familiares, o fueron enviados por un tercero) es una
tarea imposible.
Puede haber
varias formas de asignar las boletas escasas entre la multitud de demandantes.
Un primer criterio de racionamiento es muy simple, y es aparentemente el que
operó con las boletas del partido comentado: tienen derecho a comprar los primeros
que hagan la cola. Hubo personas que pasaron tres días y tres noches frente a
la ventanilla. Muchos de quienes respondimos afirmativamente a la voluntad de
pagar la boleta y los costos de desplazamiento no estamos dispuestos a pagar
ese precio. Pero quienes hicieron la cola sí.
Pero viene
otra objeción: esas personas no compran la boleta para su uso, sino para venderla
después a un mayor precio. Eso es especulación, y debería ser prohibida. Pero desde el punto de vista de
la economía, ¿cuál es el problema? ¿No
desempeñan estos “revendedores” un papel útil como “hacedores de mercado”
(market makers), semejante al que cumplen los bancos en el mercado primario de
emisión de títulos del tesoro nacional?
Por otra
parte, siempre que existe racionamiento, se presenta un mercado negro, en el
cual las fuerzas de la oferta y la demanda terminan determinando el precio.
Simplemente miremos lo que sucede en Venezuela con los productos de primera
necesidad o con el precio del dólar.
Pensemos
ahora el caso de una persona que haya comprado abonos para todas las
eliminatorias, cuando se abrió la venta en Julio del año pasado. Es claro que
estos compradores estaban asumiendo un riesgo extraordinario. Si usted compró
boletas para el último partido de la selección Colombia, y posteriormente
resulta que nuestro país está eliminado, usted de pronto no quiera ir.
Posiblemente incurra en una pérdida al vender la boleta a un precio de mercado
inferior, por ejemplo si las vendió hace algunos meses, antes de la llegada de
Pekerman, cuando habíamos casi que perdido las esperanzas de clasificar. Pero
también puede suceder lo contrario. Su voluntad de pagar para ir al último
partido puede ser ahora de $200.000 y
usted compró la boleta en ese precio. Pero
el precio subió a $1.000.000. En este caso lo lógico es que usted venda (porque
el precio supera su voluntad de pagar), y obtenga una utilidad de $800.000. Usted
arriesgó, y está bien merecida su ganancia. La reventa posterior no debería
prohibirse, además de que es imposible controlarla.
Alguien puede
argumentar: entonces los pobres no podrán ir al partido. Cierto, la pobreza
impide adquirir muchos bienes y servicios, y precisamente por eso es un
problema. Si esto nos choca como sociedad, porque consideramos que el consumo de boletas de
fútbol es un bien indispensable en la canasta familiar, y por lo tanto debe ser
subsidiada, la solución es muy simple: se obliga a la Dimayor a entregarle al
gobierno todas la boletas a un precio bajo, y se adjudican las boletas entre
los pobres. A alguien le podría sonar
como expropiación, y podría desaparecer el incentivo de la Dimayor, de los
jugadores o del entrenador en lograr buenos resultados.
Entonces
puede haber otro esquema. Se le pagan las boletas a la Dimayor al precio de
mercado y se le revenden a los pobres al precio bajo. Estamos subsidiando la demanda. Pero aparte de que no
hemos resuelto los problemas de escoger adecuadamente los criterios de racionamiento (solo
una proporción pequeña de pobres podrá ir de todas maneras), muy seguramente
lloverían críticas al gobierno, porque existen otras necesidades más urgentes,
aún para los mismos pobres, que se dejarían de atender por destinar recursos
fiscales para ese propósito.
Claro, puede
haber otros problemas: ¿qué pasa si los funcionarios
del club emisor de las boletas o de la empresa organizadora deciden
apropiarse de la renta derivada de ese exceso de demanda en beneficio personal?
Para hacerlo solo tienen que hacer una simple maniobra, poner en ventanilla un
número menor de boletas, y vender otras en el mercado secundario Si existen 5000
boletas de oriental, vende 2000 a $50.000 y las otras 3.000 las deja para el
mercado secundario, y las vende, supongamos a $500.000 cada una. A su empleador,
la Dimayor en este caso, le entrega $250 millones, y se habrá ganado, simplemente
por su posición privilegiada de funcionario, $1260 millones. A todos nos suena que esto es injusto. A quién
está perjudicando esta persona? Pues a su club o a la Dimayor, según el caso. Esto solo puede evitarse mediante un adecuado
control interno en la empresa emisora de las boletas. Es un típico caso de
falla en el gobierno corporativo.
¿Cuál es la solución?
No se me ocurre otra distinta a la de que el club o la Dimayor subasten en
línea las boletas disponibles. Un mecanismo de subasta holandesa por Internet, como
el que utiliza el Banco de la República para vender los TES entre los hacedores
de mercado (es decir, los principales bancos), tendría la ventaja de que le
dejaría esa utilidad en quien más se la merece: al emisor de las mismas.
Se abre una
oferta en internet, por un período, supongamos de 10 horas. Todos ofreceríamos el
máximo que estaríamos dispuestos a pagar por boleta. Al cierre de la subasta,
las ofertas se ordenan por precio de mayor a menor, y se adjudican hasta el
punto en que el monto demandado sea igual al ofrecido (por ejemplo, 5000
boletas de Oriental). El precio que se
les cobraría a los compradores que clasifiquen sería el ofrecido por el último
de los clasificados: de esta manera a todos se les cobra lo mismo. Según los
teóricos de las subastas (que han merecido el premio Nobel de Economía, ver aquí) , este mecanismo
permite maximizar los recursos del vendedor.
En el caso de
la Selección Colombia, ese excedente podría ir a engrosar los premios de los
jugadores y del entrenador, y los fondos
que necesite ésta, como organización, para
atender los gastos futuros de desarrollo del fútbol colombiano. Sería una manera
en que los recursos obtenidos con los triunfos actuales se siembren productivamente.
Comentarios
Problemas de este mecanismo:
1) Probablemente requiere una inversión inicial fuerte (software, redes de distribución, publicidad, etc).Aunque puede representar una disminución de costos a largo plazo.
2) Sigue dejando por fuera a muchos pobres, aunque tiene la ventaja de entregar boletas específicas a discapacitados.
3)El método de pago sería la tarjeta de crédito o el pse, en una sociedad en la que el plástico no ha avanzado se puede deducir fácilmente que no son los pobres los que cuentan con estos medios de pago.
La reventa es un mal necesario, incluso a riesgo de perder dinero podemos cambiar de decisión. A mi me sucedió tuve que revender una de mis entradas. La diferencia radica en que no puedo hacerlo directamente, se pone de vuelta en el sistema y él la revende al precio original, como ese simple hecho genera un costo así sea minúsculo para la FIFA deducen una parte del reembolso, en mi caso fue un exagerado 10%, pero creo que es un método muy efica< para evitar el acaparamiento, la pérdida.