La tiranía de los expertos, un polémico e interesante libro de William Easterly. Muchos comentarios sobre Colombia.
Se publicó a finales del año pasado el libro “La Tiranía de
los expertos. Economistas, dictadores, y los derechos olvidados de los pobres
(traducción mía del título) de William Easterly[1].
La primera experiencia laboral del autor, apenas obtuvo su doctorado de
Economía del MIT, fue en la división de Operaciones para Africa Occidental y
posteriormente para Colombia. En ese carácter lo conocimos quienes trabajábamos
en esa época en organismos gubernamentales como Planeación Nacional o el
Ministerio de Hacienda. Después pasó a la división de Investigaciones en
Macroeconomía del mismo Banco, donde habría de durar hasta 2001, cuando a raíz
de la publicación de su libro “La búsqueda elusiva del crecimiento”, fue
invitado por dicha institución, según lo
narró en su prefacio actualizado de la edición en papel, a “encontrar otro
trabajo”. Es una persona que tiene por lo tanto mucha autoridad para hablar de
los expertos de los organismos internacionales de ayuda al desarrollo, y
también para hablar sobre nuestro país.
La tesis principal de Eastely (pag 10) es que la visión tradicional sobre el
desarrollo económico que ha primado en numerosos círculos académicos y en la
tecnocracia internacional contiene tres fallas fundamentales: ven las
sociedades como pizarras en blanco, en las cuales la historia no importa para
la búsqueda de soluciones. Por otra parte, ven el desarrollo como un problema “nacional”,
en lugar de verlo con el objetivo de mejorar el nivel de vida de los individuos
que han nacido en esa nación. Esta contradicción es evidente cuando los
tecnócratas ven la llamada fuga de cerebros como un problema para los países
pobres, en lugar de verla como una oportunidad de progreso para los individuos
que migran. En fin, la tecnocracia del desarrollo ve a este último como un
asunto técnico que requiere una fuerte intervención del Estado, asesorado
debidamente por expertos, ojalá de organizaciones internacionales, en lugar de
verlo como el resultado de soluciones espontáneas en política, mercados y
tecnología tomadas por individuos libres. La causa de la pobreza, en sus palabras textuales es “la
ausencia de derechos políticos y económicos, la ausencia de un sistema político
y económico libre que permita explorar las soluciones técnicas a los problemas de
los pobres”. Los dictadores, aún el dictador benevolente en quien confían los
expertos para implantar sus consejos técnicos no son la solución, son el
problema.
Tiene mucho en común este libro publicado con el publicado el
año antepasado, “Porqué fracasan los países, de Acemoglu y Robienson”[2],
y que se convirtió en un gran éxito editorial: amplias referencias históricas, extenso
anecdotario que les sirve para ilustrar sus tesis, y una lectura agradable.
Ambos libros coinciden en la desconfianza en los autócratas, así sean
benevolentes y en la confianza en la
energía de los individuos para buscar y encontrar su propio progreso cuando
tienen las libertades políticas y económicas para hacerlo. No importa que
Easterly haya publicado en Wall Street Journal una crítica no muy generosa al libro de sus colegas. En esta ocasión, Easterly cita a Acemoglu y
Robinson en repetidas ocasiones en defensa de sus tesis.
El caso colombiano es citado por Easterly en varias ocasiones en su libro. El capítulo
cinco se denomina “Un día en Bogotá”, y hace referencia al 9 de Abril de 1948.
Aparte del asesinato de Gaitán y del Bogotazo, ese día ocurrieron otros dos
hechos que habrían de marcar la historia, no solo de Colombia, sino de la
tecnocracia del desarrollo. En las horas de la mañana, el presidente del Banco
Mundial visitó al presidente colombiano, Mariano Ospina Pérez, y le propuso que
Colombia sirviera de prueba piloto para el cambio de enfoque de esa institución, que ya no sería la reconstrucción de Europa (propósito para el que fue fundado, recuérdese que su
primer nombre fue Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento), sino el desarrollo de lo que comenzaba a denominarse el “Tercer Mundo”. El otro hecho
importante de ese día fue que el Secretario de Estado George Marshall (el del
plan del mismo nombre), estaba en el país para la sesión inaugural de la Organización
de Estados Americanos. Según Easterly, la presencia de Marshall no tenía nada
que ver con la política o el desarrollo colombianos. Se trataba de cementar la
alianza de los Estados de América Latina contra el comunismo (pag 112).
El siguiente año el Banco Mundial despachó su primera “misión”
a Colombia, presidida por un economista que había trabajado como consejero de
Roosvelt: Lauchlin Currie, que tendría como propósito “formular un plan de
desarrollo destinado a elevar el estándar de vida del pueblo colombiano”. La
recepción del gobierno colombiano, ahora en cabeza de Laureano Gómez, sería
positiva. En septiembre de 1950, siguiendo sus recomendaciones, se conformó el
Comité de Planeación Económica, que se convertiría más tarde en un poderoso
órgano: el Consejo Nacional de Planeación. Es esos mismos días, el gobierno
conservador había lanzado la “Revolución del Orden”, modelada según el régimen
de Francisco Franco. El congreso estaba clausurado, y comenzó una persecución a
los diarios y a los dirigentes liberales. Un memorando interno del Banco
Mundial advertía el riesgo de que sus acciones pudieran ser consideradas como
un respaldo al régimen colombiano, como en efecto éste hizo el esfuerzo por
presentarlas. En palabras de Easterly (pag 121), “los intereses de Estados
Unidos en la guerra fría coincidieron con los de un autócrata colombiano en la
supresión de los derechos individuales de los colombianos”.
Abundan en el libro comentado otras referencias a nuestro
país. Colombia (pag 171) fue un lugar donde la élite europea estableció un régimen
basado en la opresión y en la tiranía. Las consecuencias de largo plazo se
tradujeron en valores que se caracterizaban por el irrespeto a los grupos que
no pertenecieran a dicha élite, que se expresó en la subinversión en salud y
educación para la mayoría, y en una élite política hereditaria que ayudó a
atrincherar la élite económica y viceversa. Poco hizo la primera misión del
Banco Mundial por superar estos obstáculos: la tasa de crecimiento del PIB per cápita
ha sido de un mediocre 2% por año desde esa época hasta la fecha.
Estos planteamientos hacen que sea muy difícil, o forzado,
ubicar al autor del libro en una corriente de derecha. Pero no faltará quien lo
haga, argumentando que sus planteamientos sobre libertad económica son
neo-liberales o que tratan de impulsar el llamado “consenso de Washington”. De
hecho, algunos comentaristas ya lo han hecho
Argumentarán también en comprobación de lo anterior, el
apoyo a las tesis de un coco para las ideas de izquierda: las del famoso
economista austríaco Friedrick Hayek (cap 2), a quien se le atribuye la
inspiración de las políticas de Margaret Thatcher. Al contrario de otro
economista del desarrollo con quien compartió el premio Nobel en 1974, Hayek
veía los derechos individuales como un fin en sí mismo, y además como un medio
que permitiría a las sociedades escapar de la pobreza y avanzar hacia la
prosperidad. Criticaba tanto el fascismo como el comunismo que según él tenían
una característica común: veian al individuo solamente como un instrumento para
servir los intereses de una entidad colectiva denominada sociedad o nación, que
en realidad eran los intereses de una élite pequeña que utiliza los privilegios
y el monopolio para protegerse de las fuerzas del cambio económico.
Recomiendo definitivamente el libro de Easterly. Si sus
lectores, que ojalá sean muchos, logran volverse un poco más escépticos de los pomposos
Planes de Desarrollo, y un poco menos desconfiados en la autonomía e iniciativa
de los individuos, creo que habrá sido una lectura útil, tanto para su lectores
como para nuestro país.
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